martes, octubre 10, 2017

Guardia de cine: reseña a «Mujercitas»

Título original: «Little Women». 1949. EEUU. Color. Tragicomedia. Dirección: Mervyn LeRoy. Guión: Andrew Solt, Sarah Y. Mason y Victor Heerman, basándose en la obra de Louisa May Alcott. Elenco: June Allyson, Peter Lawford, Margareth O’Brien, Elizabeth Taylor, Janet Leigh, Rossan Brazzi

«Mujercitas» es un filme que ahonda en el amor fraternal y en la odisea personal de cuando se accede a la edad adulta

Alguien que yo me sé, que sigue con desquiciante atención esta Guardia de cine, no me perdonaría el que obviara mencionar que «Mujercitas», en su versión de 1949, junto a otras cintas como «Sonrisas y lágrimas», es la típica película que se raya en el polvoriento reproductor del aula de audiovisuales de cualquier colegio de monjas que se precie, quizá por su blancura (que no alcanza el punto ñoño) y la bondad que irradian todos y cada uno de los personajes que pueblan esta historia; virtud ésta última que, en teoría, se ha de inocular a los estudiantes de dichos centros, aunque, bien es cierto, dar entre esas paredes con alguien bondadoso, sobre todo entre el profesorado, es tan habitual como el dar con una esquina en la que no se acumule el polvo.

Esta adaptación de la obra literaria de Louisa May Alcott es la más reconocida por su calidad interpretativa y por su capacidad de llegar a emocionar al espectador, aún cuando éste sea un ciudadano gris en un mundo famélico de sentimientos positivos; un cuento, a veces exagerado en extremo, cuyo protagonista principal es la carismática y divertida Jo March quien, armada con su inteligencia y descaro, se gana al público desde los primeros encuadres. Y sobre Jo gira toda la historia, tejiéndose a su alrededor una vida familiar a la que Jo se aferra con uñas y dientes, en un deseo vano de no enfrentarse jamás a la crueldad del mundo de los adultos y temerosa del amor que le profesa su vecino, Laurie; aún así, Jo se verá obligada a iniciar un periplo hacia la madurez, momento en el que la cinta se divide en dos, y decide poner rumbo a Nueva York y ejercer de institutriz, dejando atrás un hogar en aparente descomposición para ella tras el matrimonio de una de las hermanas.

En la gran ciudad, Jo, junto a un inesperado compañero, bajará la guardia ante la madurez para recibir el duro golpe de la enfermedad de Beth, la hermana menor, quien se enfrenta a su nefasto destino con una entereza impropia de su edad, pero, ¿qué edad es la apropiada para formarse una coraza ante el dolor más cruel?

La obra de Alcott bebe de forma nada velada de las tramas de Jane Austen. Jo es una especie de Liz Bennet en casa de las Dashwood; la reina en un tablero, obligada a brillar, pero Jo huye constantemente a las profundidades de sus novelas, a sus recuerdos de infancia o a la gran Nueva York; mas, por suerte, Jo vuelve a ser feliz, recuperando su hogar, transformado y reforzado a fuerza de dolor y nuevos amores.

La película se deja ver con agrado y, como adelanté, se guarda mucho de llegar a convertirse en una patraña de soez ñoñería, no debiendo uno sentirse malamente embriagado por el exceso de azúcar transformado en alcohol puro y sensiblero. Es divertida y cargada de buenos sentimientos, de esos que explotan en nuestras retinas y oídos como fuegos ratifícales en fechas señaladas, pero que se queman y extinguen en nuestras vidas con demasiada facilidad. Una película que ahonda en el amor fraternal y en la búsqueda de uno mismo.

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