martes, junio 21, 2016

Guardia de ensayo: reseña a «Guía de un astronauta para vivir en la Tierra», Coronel Chris Hadfield

An astronaut's guide to life on Earth
Traducción de Joan Soler Chic
Ediciones B SA. 2014. Barcelona
Primera edición: Octubre de 2014
294 páginas
8 páginas de fotografías
Alguien como Chris Hadfield podría ser uno más entre el medio millar (oficialmente hablando) de personas que han viajado al espacio exterior, distando mucho de distinguirse entre los arquetípicos héroes de la carrera espacial. Por supuesto, proezas como la del primer paseo extravehicular (EVA) o la de llegar a la Luna no están entre sus logros. Podría incluso decirse, restándole toda importancia, que forma parte de esa gran masa informe y anónima de gente que acciona la maquinaria cuyo funcionamiento damos por hecho el resto de los mortales e ignorantes pasajeros de este Globo; alguien que pulsa unos botones y mueve unas palancas de las que nada sabemos ni queremos saber. Pero Chris Hadfield, astronauta canadiense, tiene mucho que decir (tanto como para escribir un libro) y su currículo lo demuestra: es un experto piloto de pruebas de aviones a reacción y en robótica; ha cumplido tres misiones en órbita alrededor de nuestro planeta; ha sido decenas de veces CAPCOM; participó en la instalación de una de las piezas robóticas más importantes para la construcción y mantenimiento de la Estación Espacial Internacional (ISS): el Canadarm2; fue el primer comandante de su nacionalidad en la Estación (misión 34/35), batiéndose, bajo su mando, el récord de experimentos desarrollados en órbita; y, sobre todo, nadie que haya estado en nómina de las agencias CSA, NASA o ROSCOSMOS ha hecho tanto por la investigación espacial y la divulgación entre la ciudadanía acerca de la importancia de la exploración como él, gracias sobre todo a sus vídeos en Youtube, donde explicaba y demostraba cómo acciones habituales en la Tierra se tornaban complejas y maravillosas en gravedad cero (esto se lo tenemos que agradecer también a su hijo Evan y a que grabara el primer videoclip musical fuera del planeta).

Chris decidió convertirse en astronauta a los nueve años, cuando se coló, junto a uno de sus hermanos mayores, en la casa de los vecinos un 21 de Julio de 1969. A través de un televisor, aquel niño canadiense fue testigo de cómo Neil Armstrong descendía la escalera del módulo hasta la superficie lunar. 

Quería ser astronauta en un país sin agencia espacial. Era una quimera, pero en 1995 formó parte de una de las tripulaciones de los transbordadores estadounidenses, instalando un muelle de acoplamiento en la estación Mir. Había pasado mucho tiempo desde que, durante el trascurso de una noche de verano mágica, decidiera su destino y diera los primeros pasos en una carrera que se ha dilatado a lo largo de veintiún años como astronauta y otros muchos antes como piloto de las Reales Fuerzas aéreas del Canadá; un sueño en el que ha arrastrado, muchas veces a regañadientes (como si hubiera que sacrificarlo todo por papá), a su familia y que le ha dotado de una visión única acerca de nuestro mundo; la misma que le ha animado para, con un lenguaje sencillo y sin acritud (aunque, cierto es que a veces resulta ser un tanto reiterativo el bueno del coronel (ya me parezco a uno de sus tres hijos)), a escribir una autobiografía amena y divertida que, simplificando mucho la tarea de definir o catalogar el libro que va a centrar la presente reseña, no es uno más entre los cientos o miles de títulos dedicados a la autoayuda, a los recursos humanos, al liderazgo, al coaching y a la potenciación de las capacidades de los individuos en situaciones delicadas, tanto en solitario como en grupo.

Hadfield huye de todo convencionalismo y de toda regla sobre el papel. Nos habla desde su experiencia única en el entorno más hostil para el ser humano, que no es otro que es el espacio exterior (y también durante el camino para llegar hasta allí). Una virtud demostrada en su persona y en el libro es la de querer enseñar sin pretender recibir nada a cambio de nosotros; ni siquiera celebridad. Está escrito por el mero capricho de compartir ciertos avatares y enseñanzas; es una guía basada en el aprendizaje personal y en la pasión por lograr un sueño, extrapolable a todos y cada uno de los habitantes de esta minúscula mota de polvo azul perdida en el cosmos. Muchos pueden considerarse como consejos fáciles o de pura lógica, de esos que pululan por textos menores y rimbombantes de autoayuda, que lograríamos identificar y entender con solo pensar un poco, pero por los que, para mayor gloria de nuestra innata molicie, nos gusta pagar para que otros piensen por nosotros, aunque sea plagiando trabajos anteriores. Sin embargo, Chris Hadfield —tras décadas de estudio y de formar parte de la élite, superando toda la clase de exámenes profesionales y vitales, capeando con su matrimonio e hijos, aprendiendo idiomas y salvando problemas médicos—, abre su mente y da a conocer al detalle todo lo que le rodeaba. 

Resulta curioso que no sea un libro de búsqueda del éxito profesional que abogue por la idealización de la meta, sino todo lo contrario: de considerar muy seriamente el fracaso, analizar las vías que llevan a ese punto muerto y encontrar la solución; además de preocuparse por no dejar nada al azar y de ser humilde (como dice, ser un cero (vamos, no ir de “sobrao”)), potenciando el feedback (es un claro defensor de un sistema de favores o incluso kármico, que en nada ha de afectar a la competitividad individual: solidaridad y camaradería). 

A fin de cuentas, hemos de prepararnos para el objetivo, pero sin subyugarnos a que no haya otra posibilidad que el éxito rotundo; aprender y divertirse de paso.

Hadfield defiende la regla de estar preparado para todo, tanto para lo bueno como para lo malo; lo probable y lo improbable; y para ilustrar esta última idea se sirve de la curiosa anécdota de cuando temió que, por jugarretas plausibles del destino y la búsqueda de apoyos para las agencias espaciales, pudiera acabar en un escenario junto a Elton John interpretando a la guitarra la pieza «Rocketman».

Podemos considerar la filosofía de Hadfield como la del «Be Water, My Friend», pero teniendo todo planeado de antemano, hasta la última pequeñez, no dejando nada a la improvisación (sabiendo el valor de lo que se hace y cómo se hace); una lección impartida por un maestro (de verdad, no un déspota de pizarra) que ha flotado sobre la Tierra.

Hadfield, a su vez, trata de no tener secretos para con los lectores; incluso desgrana momentos clave de su propia vida privada, con su cónyuge y sus tres hijos; también de cuando era niño. Incluso sabemos cómo le pidió matrimonio a Helene, uno de los pilares de su carrera y éxito. Helene es una mujer impresionante, la esposa del astronauta, quien hubo de cargar con la familia, mudanza tras mudanza, cambiando continuamente de trabajo, importando poco si era de agente de seguros o de cocinera; afrontando crisis de estrés y hasta los simulacros de contingencia o de muerte; y todo ello, la mayor parte del tiempo, sola y sin su marido. El aspecto del golpe psicológico en la familia ocupa no pocas páginas, en las que el propio autor llega a lamentar el haber llegado a convertirse en un extraño para sus propios hijos y todo por alcanzar ese sueño que se mantuvo incorrupto desde 1969.

Esta fusión entre libro de realización personal y anecdotario obliga a que el autor se mueva hacia delante y hacia atrás en el tiempo. Podría resultar necesaria una biodramina, pero lo curioso de su técnica de escritura es que, aún así, todo parece estar perfectamente enlazado gracias a la naturalidad de la narración.

La última parte del libro está dedicada casi por completo a la última misión espacial de Hadfield, en la que volaría por primera y última vez en una Soyuz y sería el comandante de la ISS. Es otro punto a favor para este libro: una visión novedosa y detallista, una visita guiada que permite observar los más nimios detalles durante un periodo comprendido entre las semanas previas al lanzamiento y las que siguen al regreso a la Tierra. Muy poco se escapa del procesador de textos en el que Chris Hadfield vuelca sus recuerdos, que van mucho más allá de los meramente técnicos y permite una cosmovisión (nunca mejor dicho) de la Vida, con mayúsculas, de un astronauta. No todo es estudio y seriedad, pero tampoco divertimento y rasguear cuerdas de guitarra; pudiendo, además, conocerse la larga lista de efectos que la ingravidez produce sobre el cuerpo humano y cuyo remedio se trata de alcanzar en la ISS.

Principio y final. Un círculo perfecto cuando se llega a la última página, que cierra un periodo vital, pero que da la bienvenida a otro. En definitiva, es una guía que se lee sola y que se disfruta; con la que podemos aprender de boca de un profesor generoso, pues Hadfield es un maestro de verdad.

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