martes, noviembre 10, 2015

Guardia de literatura: Reseña a “El océano al final del camino” de Neil Gaiman

Los monstruos, en todas sus formas posibles, han sido habituales e indeseables compañeros de viaje durante no pocos años de nuestra tierna infancia. Nos asaltaban en cuando nos quedábamos a solas, a su merced, en mitad de la oscuridad nocturna. Seres cuya pasión y razón de ser no era otra que la de martirizarnos con sus burlas y su repulsiva cercanía, obligándonos a encogernos y convertirnos en un bien apretado ovillo de temblorosa carne, envuelto por sábanas y mantas. Elementos odiosos más que olvidados adrede, junto a otros muchos miedos menos irracionales, cuando de adultos recordamos, con obtusa y nauseabunda nostalgia, aquella lejana época vital carente de preocupaciones vinculadas a hipotecas, trabajo y otras cosas tan aburridas como trágicas. Una época en la que el peor drama que se pudiera vivir era que algún inútil suspendiera la programación de dibujos animados para dar un debate en el congreso.

En realidad, es un instante vital en el que anidan infinidad de terrores que nos robaban el hálito. Éramos pequeños y cualquier problema, pequeño a los ojos de un adulto, era una montaña para nosotros, por mucho, insisto, que ahora los hayamos olvidado todos; incluso a aquellos monstruos.

Pero los seres terroríficos que la fantasía alentaba en nuestra contra no son otra cosa que mecanismos de supervivencia de nuestra especie. Un enlace directo con la parte del cerebro del hombre de las cavernas. Una táctica del miedo que nos pone en alerta y que, aún en la seguridad de nuestra habitación, permite que regresemos al mundo primitivo, sabedores de que al repudio de las sombras somos más vulnerables a los depredadores; que nuestras camas están elevadas del suelo para evitar ciertos bichos sobrados de patitas o que reptan por la tierra; o que necesitamos de esa luz del pasillo que se filtra por la puerta entornada o por la ventana, con la persiana sin echar por completo, para que venga a protegernos la crepitante hoguera que espanta a cualquier indeseable caminante de los reinos de Plutón, allá, cuando el Hombre era joven.

Así de simple. Así de lógico.

Y Neil Gaiman sabe mucho del mundo de la noche, del de los sueños y de la infancia. Larga es su trayectoria en estos territorios, desarrollándola con generosidad en el cómic y en libros infantiles y juveniles. Pero también ha decidido dedicarnos un tiempo con novelas para adultos (no solo con el cómic para adultos), para llevarnos hasta el final o el comienzo de nuestros miedos.

Un hombre (el propio autor) decide regresar al lugar donde pasó parte de su infancia: un paisaje rural y apartado de Inglaterra; a la casa donde habitó hace tiempo y que fue arrasada por los bulldozers para dar cabida a una urbanización de casitas clónicas para gente bien de la ciudad. Ya sabía lo que le esperaba, pero lo que quería hacer en realidad era llegar hasta el final del camino, hasta la granja Hempstock, y airear su ropa y su alma de las sensaciones entumecidas de un velatorio en el que los vivos son almas en pena con las que hace años que no cruzaba palabra alguna.

Ese hombre parece haber olvidado, una vez más, lo que le sucedió en aquel bucólico lugar cuando tenía siete años y, mirando el estanque para patos de las Hempstock, ese océano que es más inmenso y poderoso que cualquier otro, espera el regreso de su amiga Lettie. Mientras, rememora unos días de ensueño y de auténtica pesadilla, en los que el mundo real se confundió con el mágico; en los que muchas cosas fueron posibles, como el tener acceso a todos los secretos del Universo.

El monstruo de este cuento será peor que todos los que transitan la noche infantil. Unas telas y maderas podridas que cambiarán la vida del protagonista y su percepción de la realidad, al igual que la de los otros humanos que conocerán al aberrante ser que se esconde tras el amigable y bello rostro de Ursula Monkton, la nueva gobernanta de la casa.

La novela destila a exuberante primavera, a recodos secretos y a pura inocencia; también a literatura donde encontramos amigos que nunca te traicionarán. Imaginación (o realidad) mágica y enigmática. Es un libro destinado a aquellos adultos que deseen recordar aquella época y los libros de autores como Ende o Dahl. Una puerta a la maravilla y a lo terrible también, bajo una luna, que siempre es de cosecha por voluntad de la anciana señora Hempstock, y al cobijo de una vieja cocina donde se preparan algunos de los platos más deliciosos que podamos probar. Mas no olvidemos que fuera sigue deambulando el monstruo.

La obra es muy cortita y se lee con facilidad. No pide más páginas, quizá por intención del autor de que sus dimensiones sean acordes con las de esos libros que recordamos de nuestra niñez. Incluso es apta para leerla junto a la ventana un día nublado, en el que la lluvia golpea con timidez el cristal, sentados en el suelo con las piernas cruzadas y una manta sobre los hombros. Pero si tenemos que sacarle un defecto sería el de contener una narración en primera persona, pues no deja de advertirse las típicas y habituales carencias y dudas sobre la capacidad del narrador para recordar hasta el más mínimo detalle. Pero, ¿la historia habría sido posible gracias a la intervención de un narrador omnisciente? No, pues perdería parte de su magia. Además, es semiautobiográfica. Así que lo dejamos estar.

The Ocean at the End of the Lane
ROCA EDITORIAL DE LIBROS SL. Barcelona. 2013. Primera edición
ISBN 978-84-9918-657-3
231 páginas

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