martes, octubre 06, 2015

Guardia de literatura: Reseña a “El hombre en el castillo” de Philip K. Dick

En palabras de Robert A. Heinlein, Philip K. Dick (1928-1982) era el escritor del género más prometedor e interesante que había conocido y por ello no dudó un solo instante en ofrecerle toda ayuda posible, pues el pobre hombre no es que tuviera una vida fácil. Dick recibió del autor de Starship troopers hasta una máquina de escribir por la que quedaría eternamente agradecido con este controvertido escritor y su esposa, que siempre creyeron en él. Y fruto de ese apoyo incondicional surgieron buena parte de sus treinta y seis novelas y cinco colecciones de relatos.

Este verano no podía faltar de nuevo a la promesa de leer la obra más importante de Philip K. Dick, por la que consiguió el premio Hugo en 1963, pero eclipsada por otra novela, más recordada por su adaptación cinematográfica a cargo de Ridley Scott bajo el título de Blade Runner: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?; adaptación que tristemente no pudo admirar Dick al fallecer poco antes de su estreno. Una lástima, pues el autor estaba realmente entusiasmado y aseguraba que Scott había captado a la perfección el ambiente que reflejaba en su obra.

El hombre en el castillo no se libró de una suerte de virus que se extiende libre y voraz por toda la bibliografía de Dick, y que obliga al lector a recorrer senderos paranoides y tribulaciones metafísicas. El propio autor se lo inoculó al texto pues vivía al borde de la demencia, y la obsesión con la existencia de vidas paralelas, verdades ocultas y una multiplicidad de realidades era incuestionable. Temía habitar un mundo de cartón-piedra; siendo constantemente engañado y manipulado. Por ello, no es de extrañar que imaginara una historia tan sugestiva como inquietante, en la que nos trasladamos a un mundo en el que la segunda guerra mundial dio fin en 1947, alzándose la Alemania nazi y el Imperio del Japón como vencedores: Una realidad en la que Europa y África es dominada por el Reich; el Pacífico es territorio nipón; e Italia es un imperio dividido, casi desaparecido.

Los jerifaltes con esvásticas asidas de sus brazos han desecado el Mediterráneo para ganar vastas tierras de cultivo y llevan, sin tapujo alguno y de forma pública, un programa de esterilización y eliminación de rusos, judíos y africanos, además de otros considerados subhumanos, llegando a implantar un campo a lo Auschwitz en Nueva York; además de legalizar la esclavitud. Lo peor es que parece que el mundo lo ve como algo normal, aunque no así algunos pocos.

El único lugar del planeta donde se podría dar un posible roce entre las superpotencias que han quedado como dueñas y señoras es en los EEUU, divididos en tres zonas. El Oeste es territorio ocupado por los nipones y el Este por los alemanes, mientras que el centro es una especie de Tierra de Nadie.

Con semejante premisa puedes esperar una trama política en plena ucronía, sin embargo, lo que encontramos es una historia o historias tan solo interconectadas por un libro que, a su vez, presenta en sus páginas otra ucronía en la que su autor, un tal Abendsen, el hombre en el castillo, proclama como victoriosos a los Aliados frente al Eje. Su título es La langosta se ha posado y es muy popular en los Estados del Pacífico, sobre todo tras ser declarado ilegal por parte del Reich. Sin embargo, y es algo que se hace palpable desde la primera hoja, la metafísica y la filosofía oriental —punto que enlaza tanto a esta novela como a la posterior ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en cuanto al culto del Mercerismo—, nos hace redirigir la atención hacia el I Ching, el libro de los cambios: Un oráculo con más de cinco mil años de antigüedad, impuesto por los japoneses en sus territorios ocupados, y que los personajes de Dick consultan a diario para conocer la mejor forma de redirigir sus caóticas o pusilánimes vidas. De este modo conoceremos a un estirado vendedor de objetos anteriores a la guerra, que pasa de considerar, tanto así mismo como a sus compatriotas, como seres inferiores a constituirse en la única posibilidad para un mundo mejor en mitad de un salvajismo tácitamente aceptado; a un judío experto en falsificaciones y obsesionado con Juliana, su mujer, que huyó a los Estados del Centro, a la Tierra de Nadie; a un hombre de negocios japonés que se verá envuelto en una trama para salvar al mundo; a un espía de la Abwehr alemana que quiere hacer lo correcto; o a la propia Juliana, el único protagonista que conocerá en persona al hombre en el castillo y conocerá la inquietante verdad verdadera.

La presente obra —salvo por sus referencias a un avanzado programa espacial nazi (gracias al cual se han iniciado la colonización de planetas como Marte y Venus), y a los reactores de la Lufthansa, claramente inspirados en los modelos de la llamada Wunderwaffe—, carece de mayores referencias a la ciencia-ficción y se limita a apuntalar un mundo ucrónico y claustrofóbico, con continuas referencias a los jerarcas nazis, los cuales siguen haciendo de las suyas a placer, o a acontecimientos dramáticos que sacuden al planeta tras la muerte del canciller Bormann y la lucha de poder que se desata entre las facciones de la Wehrmacht, la policía y las SS; llegando a inquietar que, en el texto, estas últimas asuman el papel del mal menor.

Se nos muestra a medio mundo postrado ante una ideología fanática y tendente a eliminar toda forma de vida sobre la faz de la Tierra mientras se dilapidan millones y millones de reichmarks en la conquista de planetas; algo que es aberrante para Japón que, aún habiendo comulgado con los nazis, son más humanitarios, llegando a proteger incluso a los judíos en ciertos casos.

La obra en sí pretende plasmar una realidad diferente, tétrica; y con la ayuda de La langosta se ha posado, una obra de ficción dentro de otra y que habla de un desenlace diferente al que viven los protagonistas de El hombre en el castillo, Dick asienta bien hondo su estandarte, dando por indiscutible una teoría del multiverso y de la mentira real, así como alineándose junto a los defensores de la existencia de vida más allá de la Tierra.

El hombre en el castillo es extraña; en ocasiones difícil de seguir; aburrida según ciertos pasajes, como los dedicados al vendedor Robert Childan; pero plagada de una riqueza de pensamiento sin igual en otros autores cuyo apellido no sea Dick.

Ediciones MINOTAURO. 2008. Tercera edición
ISBN 978-84-450-7561-6
261 páginas

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