miércoles, enero 21, 2015

Guardia de cine: reseña a “El sueño de una noche de verano”

Título original: “A Midsummer Night’s Dream”. 1999. 116 minutos. Color. Comedia/Fantasía/Romántica. Director: Michael Hoffman. Basada en la obra de William Shakespeare. Reparto: Kevin Kline, Michelle Pfeifer, Rupert Everett, Stanley Tucci, Calista Flockhart, Christian Bale y Sophie Marceau

La adaptación cinematográfica a cargo de Michael Hoffman de unas de las reconocidas y reconocibles comedias de William Shakespeare no ha sido la primera, ni será la última, en la que la trama y los personajes serán trasladados a lugares y épocas dispares a las de su ambientación original gracias a cierto torbellino “mágico”. En esta ocasión Oberón y todos los demás vivirán en las lindes de los boques italianos y en un momento no determinado a caballo entre finales del s. XIX y comienzos del s. XX, aunque, mucho me temo, este cambio de escenario no es más que una excusa para ir ensortijando varias arias y piezas operísticas en el metraje, algunas de ellas de forma acertada, mas otras entran con calzador, al igual que la terquedad por no modificar, ya puestos, aquellas partes del libreto que desafinan con la nueva ubicación temporal y geográfica.

Cualquiera que se haya leído una sola obra de Shakespeare debidamente comentada, sabrá que éste gustaba de insertar en sus textos incoherencias históricas para hacer denuncia de diversos hechos de su tiempo que le afectaban directamente, como algunos decretos que limitaban la producción teatral o diversas y discutibles políticas dirigidas desde el parlamento, aunque en otras ocasiones nos daba pistas (muchas involuntarias) sobre la fecha en la que escribió algunos argumentos como, por ejemplo, “Romeo y Julieta”, al hacerse mención expresa a un terremoto que no asoló la ciudad de Verona, pero que sí se hizo sentir en Inglaterra.

¿El propio bardo dio el visto bueno para estas triquiñuelas teatrales?

Regresando al filme, hay tanto roce entre lo que vemos y escuchamos que hace desmerecer en ese apartado. El exceso de celo o miedo a la hora de adaptar la obra al escenario acabará amargando a más de uno.

Por lo demás, como es de esperar, es un chute de verbo. Las palabras de bella factura, las mismas que pasan desapercibidas en nuestro lenguaje cotidiano, afloran a nuestros oídos, endulzando tal sentido hasta derretirlo. Es poco menos que una reconciliación divina al darnos cuenta (de nuevo) de la gran valía de aquellos escritores que contaban con un limitadísimo acceso a la cultura en comparación con el que disfrutamos nosotros en la actualidad; pero que, sin embargo, apuraron la copa y bebieron todos los conocimientos posibles, mientras que los hombres del s. XXI, los mismos que nos creemos por encima de todo, los “mejores”, no somos, a fin de cuentas, más que patéticas sombras.

Cuando uno escucha una obra de Shakespeare, da igual el medio, siente la necesidad de elevar sus labios en búsqueda leal y gozosa de las palabras perdidas y que éstas vuelvan a acariciar el papel en vez de emborronarlo con otras de clase inferior. Siempre es una buena oportunidad para sentir la luz.

Respecto al resto de la función, se cuenta con un reparto de sobra conocido y reconocido que interpreta su papel con dispar resultado, y es que no todo el mundo tiene lo que hay que tener para enfrentarse a este tipo de obras por mucho que se lleve al cine. Es una producción correcta, sin mucho artificio, pero que termina siendo una extraña masa con la que se habría ganado peor nota de no ser porque es “El sueño de una noche de verano”.

Con todo esto, es un producto interesante en sus aciertos, sobre todo porque incluye a nuestra amada belleza gala: Sophie Marceau.

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