viernes, junio 21, 2013

21 de Junio de 2013

EL FARO


Desde ayer y hasta esta tarde se encuentran en nuestra ciudad para observar el acceso a la zona portuaria El Muelle de España del puerto de nuestra ciudad ciudad recibió en la mañana de ayer a dos cazaminas de la Armada Española que han atracado en Ceuta para acometer el estudio del fondo marino en el acceso a la zona portuaria.
De tal modo, y hasta que se concluya el trabajo, circunstancia que ocurrirá a las 20:00 horas de hoy, instante en el que se prevé la partida de ambos barcos, los cazaminas están en Ceuta con el objetivo primordial de visionar todos los canales de acceso al puerto, un exhaustivo trabajo que, como es natural, redunda de manera posterior en el usuario de los ferrys de las distintas navieras que operan en el Estrecho.
Según han informado fuentes castrenses consultadas por El Faro, "el trabajo que está acometiendo el personal que se sitúa al frente de los dos cazaminas citados es de carácter rutinario, es decir, es la labor que habitualmente realiza este tipo de embarcación en tiempos de paz".
Asimismo, cabe destacar que el estudio del fondo marino en el acceso a la zona portuaria que se está realizando en Ceuta se hace en franja vespertina y nocturna ya que los mismos se efectúan de 20:00 horas a ocho de la mañana del día siguiente.
Sobre los cazaminas de la Armada Española, que tienen como base naval habitual la de Cartagena, es preciso señalar que se encuadran dentro de una serie de barcos para la lucha contra minas marinas construidos para la Armada Española a finales de los años 90 y principios del 2000, que recibieron nombres de ríos españoles.
También resulta significativo, por valioso, conocer el equipamiento que cada unidad dispone, aunnque con ciertas diferencias entre las distintas unidades existentes: equipos de buceo y un sumergible antiminas del tipo Gayrobot Pluto Plus (para localizar y destruir minas hasta 300 m); un tipo de torpedo sumergido y de control remoto que puede destruir minas a una distancia máxima de 4000 m; un sónar para detectar minas hasta 300 m, que puede utilizarse a nivel de quilla o sumergido o dos grúas y cámara hiperbárica por si sucedieran accidentes de descompresión, son algunos de las materiales con los que cuenta los cazaminas de la Armada, como los que están en Ceuta hasta la tarde de hoy.

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Hace 3 horas - Pedro García Luaces

En 1747 un navío español protagonizaría una de las mayores gestas de nuestra Armada, venciendo uno tras u otro a cuantos barcos británicos le salieron al paso.

Desde entonces y aún en nuestros días, la marina española mantiene siempre en activo un barco con el nombre del ‘Glorioso’.

En la patriótica y exaltada historiografía inglesa los marinos británicos han ejercido su magisterio por los siete mares prácticamente desde la irrupción del pirata Drake hasta nuestros días. Por el contrario los españoles, tendemos a contar ciertos pasajes de nuestra historia con cierto derrotismo, como si el fracaso de la Armada Invencible hubiese iniciado una lenta y prolongada decadencia hasta el desastre de Trafalgar. 

Bien es cierto que durante el siglo XVIII la Armada británica surcaba los mares como poder hegemónico, dado el número de sus barcos e innovaciones técnicas. Pero esto no quiere decir que España le tendiera un puente de plata o que su camino estuviera sembrado de victorias. Más bien al contrario, España salió indemne de la Guerra de la Oreja de Jenkins con episodios tan gloriosos como el que protagonizó Blas de Lezo en Cartagena de Indias o como la resistencia del almirante Navarro junto al cabo Sicié. Unos años después de esas hazañas, en 1747, un navío español protagonizó una aventura heroica y solitaria que ya forma parte de las grandes gestas de nuestra Armada. Esta fue la gesta del Glorioso. 

El Glorioso era un navío de dos puentes y 70 cañones que mandaba don Pedro Mesía de la Cerda, un cordobés veterano de expediciones como la del cabo Passaro y Orán, que llevaba ya unos años de servicio en aguas americanas. En el verano de 1747, el Glorioso partió de la Habana transportando cuatro millones de pesos acuñados en monedas de plata en una travesía sin incidentes, al menos hasta que el capitán avistó la isla Flores, en las Azores. En aquellas aguas de dominio portugués, esperaba un convoy inglés protegido por tres buques de guerra. El Glorioso puso proa lejos de aquel convoy con la esperanza de llegar a la costa sin mayores conflictos, pero los buques ingleses ya habían divisado al español y dos de ellos, la fragata ‘Lark’ y el navío ‘Warwick’ salieron a perseguirlo. 

La fragata llegó primero a una distancia de tiro y aunque no pretendía vencer sola al barco español, sí aspiraba a entretenerlo hasta que llegara el ‘Warwick’, de 60 cañones, con la esperanza de decidir la contienda. Era noche, pero la luna estaba tan luminosa que parecía medio día y los artilleros españoles pudieran afinar el tiro. Tras un cruce de disparos la fragata quedó inservible y tuvo que retirarse del combate, hundiéndose poco después. El ‘Lark’, efectivamente, permitió que el ‘Warwick’ llegara a tiempo de entablar combate, aunque de ninguna manera esperaba pagar un precio tan elevado. 

Los dos navíos, británico y español, se encontraron por fin frente a frente bajo una pálida luz de luna que resplandecía en sus cañones. El silencio dio paso al estruendo y las baterías hicieron fuego sin descanso durante una hora y media. Al cabo de ese tiempo, la humareda se levanta y el Warwick muestra sus heridas. Ha perdido el palo mayor y su mastelero de trinquete y no tiene más remedio que dejar paso al ‘Glorioso’. 

Nuestro buque presentaba también algunos daños pero no tan graves que le impidiesen repararlos a bordo, ni tan preocupantes como para no tratar de alcanzar la costa, incluso con vientos poco propicios. El capitán, Pedro Mesía de la Cerda, quería poner cuanto antes a salvo la valiosa carga que llevaba. Pasaron varios días de tensa travesía y al capitán le inquietaba aquella calma y también la densa niebla que tenía por horizonte. Por fin, el 14 de agosto, el vigía avistó entre la niebla el cabo Finisterre, en las costas gallegas, pero no pudo el capitán sentir más que unos instantes de alivio porque enseguida divisó entre la bruma la silueta de un gran navío, flanqueado por otros dos más pequeños. 

Se trataba de un destacado de la escuadra del almirante Byng, que patrullaba las costas portuguesas, entre Oporto y Lisboa. El capitán De la Cerda no vio opción de eludir el combate y se aprestó a preparar sus cañones. El primero en atacar fue el navío, nada menos que el ‘HMS Oxford’, armado con 60 cañones, que cruzó hierro y pólvora con el ‘Glorioso’ durante más de tres horas. Le apoyaban la fragata ‘Shoreham’ y la corbeta ‘Falcon’, sometiendo entre los tres a un fuego continuo al buque español, que se defendía con bravura bajo el magistral mando de don Pedro Mesía. Al cabo de aquellas tres horas, la mayor potencia y habilidad de los españoles hizo retroceder al ‘Oxford’. 

La fragata y la corbeta tomaron entonces el relevo pero el capitán español, vencido el mayor escollo, decidió avanzar hacia la costa para no poner por más tiempo en riesgo su preciada carga. Los dos barcos aún en liza trataron de desviarlo pero el Glorioso aguantó las salvas enemigas sin apartar su proa del puerto de Corcubión, en donde atracó entre vítores el 16 de agosto con su botín sano y salvo. Por haber dejado escapar al enemigo pese a su superioridad manifiesta, los comandantes del ‘Oxford’, el ‘Falcon’ y el ‘Shoreham’ fueron sometidos a un Consejo de Guerra nada más desembarcar en Inglaterra, acusados de negligencia en el combate. 

El Glorioso tenía serios daños en la popa a cuenta de soportar los últimos disparos ya embocado hacia la bahía. La tripulación había sufrido cinco bajas y 44 heridos y el barco había perdido el trinquete y tenía daños de consideración en las vergas y mástiles, pero aquella heroica entrada a puerto con el consiguiente desembarco de la carga, hacía que la moral de los marineros estuviera por las nubes. 

Como apenas pudo arreglar muy por encima los daños de su barco, De la Cerda puso rumbo a Ferrol con idea de reparar en condiciones el navío en sus astilleros. Sin embargo, los vientos eran contrarios y tras varios días luchando contra el viento y el mar embravecidos, el capitán optó por dar la vuelta y dirigirse a Cádiz, aún sabiendo que las costas portuguesas estarían infestadas de escuadras británicas. 

La decisión del capitán De la Cerda puede parecer equivocada teniendo en cuenta la cercanía del puerto ferrolano, pero hay que recordar que en pleno siglo XVIII, los vientos y las tormentas diezmaban tanto o más las flotas que el ataque de una escuadra enemiga, a lo que había que sumar la inconveniencia de navegar contracorriente en un barco destartalado. El capitán tomó la precaución de navegar lo más alejado posible de la costa pero aún así, la travesía era tan peligrosa como cruzar un campo de minas. Con la escuadra del almirante Byng patrullando las costas portuguesas el peligro era inminente y además, la Royal Army tenía cuentas que ajustar con el ‘Glorioso’. 

Los españoles llevaban casi dos meses de travesía cuando al remontar el cabo San Vicente, ya en la última etapa de su viaje, apareció una escuadrilla de cuatro fragatas comandada por el corsario George Walker y conocida como la Royal Family. Sorprendido por aquella aparición el capitán don Pedro Mesía ordenó una maniobra de fuga y las cuatro fragatas, que además de su rapidez y maniobrabilidad sumaban 120 cañones y casi mil hombres, se lanzaron a su caza. 

El Glorioso mantuvo la ventaja durante un tiempo pero el viento era ligero y las fragatas más rápidas. Cuando el ‘King George’ ya casi alcanzaba al buque español, el viento desapareció por completo y le siguió una ‘calma chicha’ en la que los barcos se fueron acercando hasta quedar a un tiro de fusil el uno del otro. Ocurría que la bandera española no ondeaba por culpa de aquella calma y como además nuestra enseña era blanca y con un escudo en el medio, como la de los lusos, el inglés no supo si estaba ante un enemigo o un aliado. Hubo unos momentos de desconcierto, hasta que el ‘King George’ pidió al barco español que se identificase. Lo hizo primero en portugués, pero no obtuvo respuesta. Después lo comunicaron en inglés y fue entonces cuando el ‘Glorioso’ respondió con una andanada que destrozó el palo mayor de la fragata. 

Tres horas pasaron los españoles ametrallando a la pobre fragata hasta que llegó en su auxilio el ‘Prince Frederick’, sumándose al combate. El ‘Glorioso’ tuvo entonces que repartir andanadas, pero mantenía a las dos fragatas a raya hasta que avistaron la llegada del ‘Duke’ y el ‘Princess Amelie’, ¡la familia real al completo! Cuatro fragatas contra un solo navío era más de lo que el ‘Glorioso’ podía soportar, de modo que optó por una honrosa retirada, perseguido por la voluntariosa escuadrilla.

La fragata ‘Prince Frederick’, más rápida que las otras, fue la primera en alcanzar a los españoles y entablar de nuevo el combate. La tripulación del Glorioso estaba extenuada pero se aplicó en la batalla y la inclinó enseguida a su favor, hasta que apareció por barlovento el navío británico ‘Darmouth’, que patrullaba por la zona y había escuchado el fragor del combate. Sumando sus 50 cañones al fuego de la fragata, las tornas cambiaron de pronto. El sufrido ‘Glorioso’ se enfrentaba de nuevo a dos barcos y cada vez estaba más dañado y su tripulación más cansada. Una capitulación en aquel momento no habría supuesto ninguna deshonra pero aquello era lo último en lo que pensaba el capitán De la Cerda, acostumbrado ya a las batallas desiguales. 

Ante dos rivales, la artillería concentró su fuego contra el más letal, el navío, y tras una carga continuada de las baterías, uno de los disparos acertó en la santabárbara del ‘Darmouth’, con tal suerte que el fuego prendió enseguida y el barco voló por los aires dejando un denso rastro de pólvora en el aire. 

El ‘Glorioso’ volvía a quedar a la par con el enemigo. Por delante, tan sólo aparecía la fragata ‘Prince Frederick’, un enemigo menor para su enorme destreza. Sin embargo apenas un rato después se asomó por el lugar un nuevo y formidable buque, el ‘Russell’, que aparecía a escasa distancia junto a las fragatas rezagadas. Dotado de tres puentes y 80 cañones, el Russell era entonces lo más granado de la flota británica, frente a un navío español que, con dos puentes y 70 cañones, estaba lejos de aquellas innovaciones. 

El Russell, junto a las fragatas del comodoro Walker, sometieron a doce horas de fuego cruzado al bravo capitán De la Cerda, que vio anochecer y de nuevo hacerse el día sin dejar de presentar batalla. Sin municiones, con el casco literalmente destrozado y los aparejos inservibles, el Glorioso entregó las armas el 19 de octubre de aquel año de 1747, después de haber causado sensibles destrozos en todos sus oponentes. 

El ‘Glorioso’ no era más que un amasijo de tablas que se mantenía a flote con la épica de un boxeador noqueado que se niega a caer a la lona. En cubierta, una pequeña parte de la tripulación se mantenía erguida y orgullosa, entre los cadáveres hacinados de 33 marineros y otros 130 heridos. Agotados y vencidos pero aún orgullosos, como aquel barco indestructible que seguía flotando para ofensa a sus rivales. 

Los británicos, con ese sentido del honor tan arraigado, trataron a la tripulación española con todos los honores, reconociendo el valor de todos ellos y la hazaña de su barco. No en vano, el ‘Glorioso’ se había enfrentado a cuatro navíos y siete fragatas, dañando seriamente a todas y cada una de ellas. El buque español fue trasladado al estuario del Tajo, en Lisboa, pero no encontraron en sus bodegas ningún botín que celebrar. 

Don Pedro Mesía de la Cerda fue ascendido a jefe de escuadra, llegando a ser general de la Armada y virrey de Granada, además de marqués de Armijo tras la muerte de su padre. El Glorioso fue desguazado en Lisboa, pero un nuevo Glorioso saldría de los astilleros ferrolanos para surcar de nuevo los mares en 1755. Desde entonces y aún en nuestros días, la marina española mantiene siempre en activo un barco con el nombre del ‘Glorioso’, aquel navío solitario y orgulloso que discutió, con poderosas razones, el autoproclamado dominio británico sobre los mares.

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