lunes, agosto 06, 2007

6 de Agosto de 2007

EL PAIS.COM

La batalla invisible

Antonio Jiménez Barca 06/08/2007

El escenario de la batalla naval más sangrienta disputada jamás en España es un lugar paradisíaco del sur de España en el que pocos hablan de combates y sí de mojitos o puestas de sol: el cabo de Trafalgar, en la playa de Zahora, en la parte de Cádiz más virgen. Pocos son los restos o los testimonios que el visitante encuentra de aquel 21 de octubre de 1805 en que cambió la historia: muchos de los navíos de línea que participaron se hundieron y ahí siguen, en el fondo del mar, buscados por documentalistas y hombres rana.

El farero lleva más de veinte años habitando esta punta del paraíso. Se llama cabo de Trafalgar, se encuentra en el suroeste de la provincia de Cádiz, y hace 202 años sirvió como referencia geográfica y cedió el nombre a la batalla naval más sangrienta disputada jamás en aguas españolas. Desde la balconadita del faro, batida hoy por viento de poniente, se divisan las playas que flanquean el cabo, la carretera que entre dunas y arbustos semienterrados en arena conduce a la casa del farero, las breñas y el bosque de pinos que quedan atrás. Enfrente, el mar, el azul encendido del mar en verano en el sur.


"A veces, en invierno, se acerca de buenas a primeras un grupo de ingleses por aquí que busca algún rastro de la batalla, y preguntan, y yo les envío de vuelta a Londres, claro, a Trafalgar Square, porque aquí...", dice el farero, con una sonrisa.

Es cierto: salvo una frase pacifista de Benito Pérez Galdós, colocada en una placa pequeña que se tuesta en el centro de la carretera que escala hasta el faro, no hay ningún monumento en la zona que recuerde la batalla que en 1805 cambió la historia y en la que los marinos ingleses derrotaron a los franceses y españoles, todos a bordo de los barcos de guerra del momento, los temibles navíos de línea.

La celebración del bicentenario de la batalla en 2005 -de ahí, la placa- y el éxito de la novela de Arturo Pérez Reverte, Cabo Trafalgar, devolvieron cierta actualidad al lugar. Por eso ahora llegan a este remoto punto de la costa más curiosos españoles de aquella época en que los capitanes, antes de entrar en combate, clavaban la bandera al barco para no entregarla y así evitar la tentación de rendirse.

Pero nunca muchos. Los visitantes que acuden a esta esquina de Cádiz persiguen por lo general algo menos heroico: el paisaje, las playas desérticas, la luz o los garitos de aire hippy que abren toda la noche...

"Tiene razón el farero: los que vienen por lo de la batalla son casi todos ingleses, y lo hacen en invierno", dice Juan Sánchez, tras encaramarse a un taburete de uno de los chiringuitos de techo de esparto y paja que hay en las cercanías del faro.

Son las cinco de la tarde. El resto de España se cuece de calor, según dice el hombre del tiempo. Pero aquí el viento convierte el arranque de la tarde en una delicia. Sánchez pide otro mojito, el segundo, y aconseja no perderse el crepúsculo, en el que un sol rojo redondo como un globo se hunde en un mar rosa y malva:

- Viene mucha gente de lejos a verlo.

- ¿Más que por la batalla?

- Mucho más, dónde va a parar.

La camarera asiente. Y aprovecha para hablar también del invierno, algo que parece obsesionar a los autóctonos.

"En invierno no hay nada que hacer. Sólo abrimos los fines de semana. Y no hay curro. Yo me dedico a vender ropa a amigas por teléfono. Aunque es una delicia... todo esto, sin gente, es una delicia...".

Y sonríe, con la misma calma irónica que el farero.

Decididamente, no parece este hermoso rincón del sur el mejor lugar para venir a citarse con la Historia con mayúsculas.

Y, sin embargo...

Aquella mañana, el 21 de octubre de 1805, también con viento de poniente, la escuadra franco-española comandada por el almirante Pierre Charles Villeneuve salió de la bahía de Cádiz dispuesta a enfrentarse con los barcos ingleses de Horatio Nelson y jugarse la supremacía de los mares a una baza y a tortazos. Más de sesenta navíos y miles de personas a bordo.

Los capitanes españoles sabían que se dirigían al desastre: su tripulación se componía, en gran parte, de hombres enrolados a la fuerza poco adiestrados. Habían aprendido a alimentar un cañón y a no marearse al mismo tiempo, poco antes de la batalla, encima de esos navíos enormes como inmensas jaulas flotantes del tamaño de bloques de cuatro pisos.

Además, nadie confiaba mucho en Villeneuve, al que el mismo Napoleón consideraba un inepto. El francés confirmó el adjetivo al vislumbrar la escuadra inglesa y dar una orden que hundió en la desesperación a los marinos españoles y que aún hoy estupefacta y cabrea a más de uno.

"¡Ordenó virar en redondo! ¡Un error garrafal! ¡A quién se le ocurre, hombre de Dios!".

José Ramón Pérez Díaz-Alersi es abogado jubilado, navegante aficionado y vicepresidente del Ateneo de Cádiz, una de las instituciones que más se involucró en la celebración del bicentenario de la batalla. Pérez Díaz-Alersi lo coordinó todo, y sabe muchísimo de Trafalgar.

"La escuadra hispano-francesa, compuesta por 33 navíos, navegaba en línea, rumbo sur, en dirección a Gibraltar. Cuando avista a los ingleses, Villeneuve ordena virar en redondo para poner proa a Cádiz, supongo que para escapar y volver a refugiarse en la bahía. Pero, claro, virar en redondo no es lo mismo para un pequeño velero de regata que para esos imponentes navíos, pesados, de difícil maniobra, que empleaban casi un cuarto de hora en dar la vuelta. Cuando todos viraron, la línea franco-española estaba rota".

Es decir: la escuadra franco-española presentaba un frente desordenado, lleno de claros y de barcos retrasados que no podían entrar en combate.

Por su parte, el almirante inglés Nelson, el legendario comandante en jefe de la flota británica, dispuso dos líneas perpendiculares a la escuadra franco-española, y con el viento de través, navegando a toda vela, la atravesó como dos lanzas. Se trataba de una maniobra arriesgada, valiente, que necesitaba decisión, coraje y pericia marineras. Y salió bien.

Eran las doce de la mañana cuando el barco de Nelson, el Victory, se abalanzó sobre el Bucentaure francés, capitaneado por Villeneuve.

Los cañonazos y las explosiones las escucharon y las vieron las gentes de Cádiz, subidos a las azoteas de las casas. En la cubierta de los barcos era necesario esparcir arena continuamente para que los marineros no resbalaran con la sangre de los heridos y los muertos.

En pocas horas todo estuvo decidido. A las seis de la tarde, el almirante español Carlos Gravina, herido de muerte, fuerza la retirada a Cádiz de lo que quedaba de escuadra combinada. Villeneuve había sido hecho prisionero. Nelson, alcanzado por un disparo de un francés, había perdido la vida y alcanzado la gloria y la victoria en el mismo día.

Los tripulantes españoles y franceses, que pensaron que con la rendición o la huida terminaba la pesadilla, se equivocaron.

"Esa misma noche se desató un temporal. Nelson mandó a su escuadra a capearlo en alta mar. Los barcos franceses y españoles, muy desgobernados, con los palos y los mástiles partidos, intentaron alcanzar Cádiz y fondear allí. Pero esa costa es difícil", relata Díaz-Alersi.

Los días posteriores a la batalla, todo Cádiz contempló desde las azoteas la agonía de los descomunales barcos españoles y franceses pugnando por entrar en puerto y siendo empujados una y otra vez por el temporal hacia los arrecifes.

Hay 15 navíos de línea hundidos a lo largo de la costa gaditana, entre el cabo Trafalgar y Huelva. Son los restos de los barcos que embarrancaron la noche del 21, o los días posteriores, zarandeados a capricho por el temporal debido a la falta de velas y de gobierno, incapaces de atracar sin peligro por la falta de anclas, empujados al fondo del mar arrastrando con ellos a sus aterrados ocupantes. Murieron cerca de 4.000 marineros.

Otros miles llegaron a la costa. Uno de ellos fue Michel Maffiotte, un timonel de 21 años del que sabemos su historia gracias a un cúmulo de casualidades.

Hace dos años, su tataranieto, César Rodríguez Maffiotte, un médico de Tenerife, conducido por una documentalista que trabaja en Cádiz, visitó el lugar exacto, el fuerte de Santa Catalina, en El Puerto de Santa María, en el que su tatarabuelo pisó la costa después de haber naufragado.

"En casa siempre supimos que había participado en Trafalgar, pero no me enteré de lo que pasó hasta hace unos años, cuando gracias a un conocido supe de un libro que hablaba de un marinero francés que vivía en Tenerife que identifiqué como mi tatarabuelo", explica Rodríguez Maffiotte.

Maffiotte navegó en el Indomptable, que tras batirse en Trafalgar y fondear en la bahía de Cádiz, sin anclas ni amarras ni timón, acabó hundiéndose en una playa de la costa de El Puerto de Santa María.

Aún a bordo, el timonel vio cómo el navío se tumbó de banda por el oleaje, cómo desfondó por la quilla partiéndose en dos, cómo el remolino de agua empezó a succionar a compañeros suyos, cómo los heridos del combate, aún mutilados, intentaban agarrarse a un pedazo de mástil para no irse al fondo. Después, él mismo cayó al agua en un golpe de mar, pero tuvo la suerte de agarrarse a un tablón y llegar, junto con otro marinero, al lugar que su tataranieto y la documentalista visitaron 200 años después.

La documentalista se llama Lourdes Márquez, su obsesión es la batalla de Trafalgar y ha recogido la historia de Maffiotte, y algunas otras, en un libro, Trafalgar y el pescador de náufragos, que habla de los otros héroes sin sable de esta batalla: los pescadores que se jugaron la vida en barcazas para rescatar a los marineros embarrancados frente a las costas acosadas por el temporal.

"Se ha hablado mucho de la batalla y no tanto de lo que vino después, del desastre que se desencadenó por el mal tiempo y de la ayuda de las gentes de Cádiz para rescatar a los marineros", recuerda Márquez.

Cerca de la carretera que conduce al faro de Trafalgar, al lado de un arbusto abrazado a una duna, un hippy italiano ha montado un tenderete de pulseras de cuero a la sombra de un cartelón de la Junta de Andalucía que informa de que la zona es un parque protegido. Éste sería un buen lugar para que el Ateneo de Cádiz llevase a cabo un deseo: "Levantar un monumento a todos los participantes en la batalla, pero nosotros no podemos; no tenemos recursos", dice Díaz-Alersi.

A la dueña del chiringuito el monumento le da igual. Hace muchos años que sabe que el peligro ya no viene del mar. Comenta que hay una empresa internacional que quiere levantar una cadena de hoteles de lujo. No le gusta la idea.

Luego vuelve a hablar, cómo no, del invierno: "Vienen ingleses por lo de la batalla, sí, pero los que más vienen son australianos y americanos y argentinos, todos surfistas, en busca de olas; llegan desde tan lejos buscando las olas de aquí, ¿qué le parece?", exclama, con asombro, con la misma sonrisa de antes. Luego añade:

- Ya está aquí la puesta de sol.

Todos en el chiringuito se asoman a verla.

Es verdad que el Sol se infla como un globo y que se hunde luego en un mar rosa y violeta.

La mujer del farero, ya casi de noche, al escuchar de Trafalgar, señala los puntos blancos que adornan la playa: "Mire las azucenas. Crecen entre las dunas. Cuando llegamos aquí, hace 20 años, nadie hablaba de la batalla. Tampoco ahora. Pero de siempre se ha dicho que las varitas de azucena que brotan en la arena son las almas de los marineros que murieron entonces. ¡Quién sabe! ¿No?".

EL MUNDO.ES

El ocaso del dinero en efectivo

  • Algunos expertos creen que en 15 años el uso de los billetes y monedas será marginal
  • En España se realizan menos de 100 de operaciones electrónicas anuales por habitante
  • La cifra está muy por debajo de la de otros territorios vecinos, como Holanda o Francia

ANDRÉS DULANTO (EFE)

MADRID.- El incremento del uso del dinero electrónico o digital, tanto para las pequeñas operaciones que realiza los consumidores como en transacciones entre entidades y empresas, ha llevado ya a muchos expertos a plantearse si Europa está ante el ocaso del dinero en efectivo.

A pesar de que puede parecer algo osado creer que los billetes y monedas pueden, en un plazo de unos 15 años, quedar relegados a un uso casi marginal, la sociedad europea ha asimilado otros cambios de conducta de similar calado en mucho menos tiempo.

Los pagos en "no efectivo" están cada vez más generalizados y ya no extraña su uso cuando se paga la compra con una tarjeta de crédito, se usa un pase electrónico para acceder a una autopista de peaje o se alquila una película a través de un descodificador, por no hablar del pago domiciliado en bancos de facturas y servicios.

Los datos del Consejo Europeo de Pagos (EPC) muestran que los pagos realizado en "no efectivo" han aumentaron un 12% entre 2000 y 2004, aunque en países como España sus habitantes aún realizan menos de 100 de estas operaciones al año, menos de la mitad de las que se realizan en Holanda, Francia o el Reino Unido, según el 'World Payments Report 2006' elaborado por Capgemini.

Elevado coste

Otros estudios, como el realizado por la consultora McKinsey sobre medios de pago en Europa para el mencionado European Payments Council (EPC) destacan el elevado coste que para los bancos y los ciudadanos supone el manejo de dinero en efectivo, así como los cambios en el sistema que supondrá la próxima implantación del Área Única de Pagos en Euros (SEPA, por sus siglas en inglés).

Según McKinsey, el coste del manejo del dinero efectivo para la sociedad europea está estimado en el 0,5% de su Producto Interior Bruto (PIB) de la Unión Europea, es decir 50.000 millones de euros, ya que incluye, entre otros gastos, la impresión de billetes, su traslado entre entidades y comercios y su alojamiento en cajeros o en las sedes centrales de los bancos.

Fuentes de la Asociación Española de Banca (AEB) explicaron que los bancos destinan una importante parte de sus gastos al manejo de efectivo, así como cuantiosos recursos de personal e infraestructuras, por lo que es de esperar que en los próximos años se vuelquen aún más en reducir el uso del efectivo.

El verdadero fomento del uso del dinero electrónico, según las mismas fuentes, requiere de una "acción global" en la que participen bancos, organismos públicos y comercios.

En este sentido, Esteban Sánchez, de Analistas Financieros Internacionales (AFI), consideró que el "fracaso" que en España han tenido iniciativas como las tarjeta monedero se debe a que "no eran cómodas ni simples" para los usuarios, uno de los factores "básicos" para que los nuevos medios de pago desbanquen al efectivo.

Según Sánchez, además de la simplicidad del sistema, su éxito depende de factores como que los comercios apuesten por colocar los dispositivos requeridos y que los bancos y las empresas de tarjetas sigan desarrollando nuevas tecnologías "simples y seguras", al tiempo que las entidades apoyen su uso rebajando comisiones.

Nuevos sistemas

Con la intención de agilizar los pequeños pagos con tarjeta, La Caixa y Visa Europe han lanzado en el mercado español la tarjeta "sin contacto" Visa PayWave, un producto que incorpora tecnología inalámbrica para que con sólo acercarlo a una terminal de lectura realice la compra de un modo rápido y seguro.

Mastercard y Euro 6000 también han lanzado Paypass, un sistema similar y que espera fomentar el uso del dinero no efectivo.

El director comercial de Visa en España, José Carbajosa, destaca que en países como EEUU operan siete millones de estas tarjetas, con una gran acogida en centros comerciales y cadenas de comida rápida.

Además, las tarjetas sirven para acabar con la economía sumergida, factor que provocó que en Corea se aplicasen hace cinco años incentivos fiscales a los pagos realizados con ellas.

Tanto estos expertos como los analistas consultados destacan que el uso del efectivo podría reducirse en 15 años hasta cotas "muy marginales" y centradas en determinados sectores de población, si bien el dinero "no efectivo" se enfrenta a dos enemigos difíciles de batir, el apego de la población al uso del efectivo y la economía sumergida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Con lo bonitos que son los billetes y con lo mucho que nos ayudan a culturizarnos, lo mismo que los sellos o las monedas.El dinero de plástico no transmite nada, ni si quiera emociones.
Lo único de plástico que merece la pena son las tarjetas telefónicas que por cierto,han tenido una efímera existencia, solamente las veo en los hospitales para poder ver la televisión.
¡Larga vida a los billetes!.
Un abrazo
Jose

Javier dijo...

Buff, Jose, ya ni me acordaba de las tarjetas telefónicas. La única que tengo guardada es una de Lilo & Stitch, jejejeje, la mar de maja. Por ahí andará.

Yo no termino de creerme del todo lo de ese cambio en cuanto a los billetes, ya que sí, será muy comodo con tarjeta o con el movil (como en Japón), pero como se vaya la batería o se estropee es sistema informático de la tienda va a comprar el pan Rita la cantaora, por que vamos...